diumenge, 6 de febrer del 2011

Lo quiero todo

Javier Gomá Lanzón. Babelia. El País 29/01/2011

… Bien mirado, ese áurea mediócritas que pondera Aristóteles en su Ética está edificada sobre una sucesión de contraposiciones entre extremos a los que hay que renunciar para elegir siempre un austero término medio. Y disciplinadamente, yo hice mis elecciones: elegí casa, elegí oficio y me busqué una posición en el mundo.
Y entonces me ocurrió lo que dice determinado personaje de una novela de Jane Austen: que ”por haberme comportado prudentemente en la juventud, me voy haciendo romántico con la edad”. Por supuesto, no tengo intención ni mucho menos de renunciar a cuanto ya he elegido, ¡no tengo intención de renunciar a nada! Pero recuerdo que la gente me decía: “No lo puedes tener todo; tienes que elegir” y ahora estoy en condiciones de responder a la gente y responderme a mí mismo con potente voz: “No, no quiero elegir. ¡Yo lo quiero todo!”. Ya no más dilemas, aporías, antagonismos aut-aut kierkegaardianos, alternativas insuperables. Lo quiero absolutamente todo. Lo grande y lo menudo, la ebriedad y la rutina, la pasión y la felicidad, el placer y la virtud, la vulgaridad y la ejemplaridad, la vocación y la profesión, esta vida y la otra, la altura y el peso, la gravedad y la gracia, la ingenuidad y la lucidez, la experiencia y la esperanza, la altura y la profundidad, el norte, el sur, el este y el oeste, incluyendo, como leí en algún sitio, el “cuerpo” y el “arma”, y todo ello hasta alcanzar el grado que indica el libro de Sackville West: All Passion Spent. Ahora que ya estoy pasablemente adaptado al mundo, lo quiero todo sin renunciar a nada, aunque también –es importante añadir- sin presunción.
Y si, para conseguirlo, he de padecer la fatalidad de algunos sufrimientos, los quiero a éstos también. Mejor dicho: no los quiero ni los invoco –hacerlo sería una jactancia muy semejante a la hybris- pero sí los acepto deportivamente porque quien desee comerse todo el canasto de las cerezas tendrá que conformarse con que unas se enreden con otras y que las más ricas se confundan con las más amargas. Si los gozos infinitos demandan penas infinitas, procuraré vivir estas últimas sin desesperación. Y cuando alguna vez esté al borde de caer en ella, para conjurarla recitaré como una letanía los divinos versos de Goethe: “Todo lo concede la Fortuna a su favorito, por completo. Los gozos, los infinitos; las penas, las infinitas, por completo”.